Pues sí, para que vamos a engañarnos, fuimos la envidia de los demás ciclistas que no podían evitar sonreír al pasar por delante de nuestro improvisado picnic. Después no perdonábamos eso de tumbarnos, cerrar los ojos y perder la conciencia de nosotros mismos, fundirnos en el entorno privilegiado que nos rodeaba, concentrar nuestra atención en los elementos naturales, en la respiración...vaya, relax total.
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